En nuestra ruta estaba previsto seguir visitando la costa de La Guajira, así que al día siguiente a las 5 pusimos rumbo a Cabo de la Vela. Paramos el primer bus y después de una dura negociación, viajamos hasta Cuatro Vías, pasando por Riohacha. Aquello es territorio wayuu (la etnia indígena guajira) y se nota: el paisaje, la gente, los nombres… Una vez allá nos fuimos a Cabo en el 4×4 de Don Joaquín después de que Alejandro negociara (sin mucho éxito) el precio del pasaje (finalmente 30.000COPS). Paramos primero en Uribia para comprar agua, fruta y sacar dinero, y se nos unieron dos israelitas muy insípidas a las que les cedimos los dos primeros lugares del jeep, que salía un calor insoportable por el calefactor. Llegamos a Cabo de la Vela y fuimos a tres sitios para ver cuál nos gustaba más: “donde Nene”, el primer lugar donde nos llevó Joaquín; “donde Chiwi”, el hostel de lasisraelís y “donde Conchita”, lugar que nos había recomendado Luca. Nos quedamos con Doña Trinidad, en “donde Nene”: el Mahanaim, un lugar muy sencillo a primera línea de mar, con cama por 15.000 COPS y hamaca incluida por el mismo precio. Comimos langosta buenísima y estuvimos charlando con la cocinera: doña Ana, la madre de doña Trinidad, entrañable mujer de mucho carácter. Luego nos bañamos y por la tarde Joaquín nos llevó a ver la puesta de sol al Faro y a la playa Ojo de Agua. Cenamos pescadito donde Trini.
Al día siguiente, desayunamos los inevitables huevos con arepa y fuimos al Pilón de Azúcar, una colina al lado del mar con una playa preciosa.
Allí pasamos todo el día con unos sandwiches home made, y conocimos a Jose, un argentino con el que compartiríamos el viaje a Punta Gallinas. Luego, puesta de sol en el hostel, visita al pueblo durante la noche, ducha a cubos porque no hay agua corriente en toda la Guajira (y apenas hay electricidad), cenita donde Trini y a dormir.
El día después fuimos a Punta Gallinas en barca, quizás la peor experiencia del viaje: el mar estaba bravo y las condiciones de la barca eran lamentables. Serena se dio un golpe en el coxis que la hizo estar varios días con fuertes dolores, pero llegamos sanos y salvos 3 horas después. Valió la pena porque el lugar es virgen y precioso. Hicimos un tour en jeep, visitando el faro, el cementerio y las dunas, donde nos bañamos en una playita muy bonita. Íbamos con Jose el argentino, una alemana y dos colombianos de Medellín, y se notaba que en el grupo había armonía, porque todos conversábamos con todos. Después del tour nos comimos una cojinúa, una especie de jurel, enorme, demasiado grande para una sola persona, aunque muy sabroso. Descansamos y por la tarde nos acercamos en barca a unos flamencos colorados y vimos la puesta de sol en Punta Espada. Esa noche Aitor y Pepitu se encontraron un escorpión en la ducha y Serena una serpiente en la habitación. A Patri y Alejandro, que dormían en chinchorro (hamaca más grande), no nos pasó nada a resaltar, bueno sí, que a Patri un burro se le comió el bikini (si no fue eso, no sabemos cómo explicar su desaparición).
La vuelta al Cabo fue mucho más rápida y tranquila, parando en Cueva del Diablo. Decidimos volver luego a pie desde Mahanaim, pero finalmente fuimos en auto un trocito y añadimos a Jose a la excursión. Bajamos un barranco con algo de dificultad, para llegar a la playa La Mesa, justo al lado de la Cueva del Diablo, otro lugar ‘unique’ donde estuvimos solos y volvimos a hacer nudismo. Nos hicimos un bocata con pan dulce con queso que invitamos a los peces a comer porque no estaba demasiado bueno. Después volvimos a Ojo de Agua andando por el paisaje desértico, bajo un sol aterrador, pero llegamos relativamente rápido, y nos encontramos con unas catalanas con las que coincidimos en Salento. Acabamos tomando unos quintos de la cerveza venezolana Polar, traídos por unos niños wayuu que nos timaron con mucho descaro, pero no le dimos más importancia, porque con el cambio que nos tenían que dar, se compraron un dulce.
Decidimos que ya habíamos visto muchas puestas de sol y nos fuimos caminando desde el Faro a donde Trinidad, despidiéndonos de Jose y esperando la ducha que ese día decidimos que serían no dos sino tres cubos de agua, tirando la casa por la ventana. Nos esperaba Joaquín en casa, como bien habíamos quedado. Teníamos langosta para cenar, no estaba tan buena como la primera, pero estaba rica. Por la mañana doña Trinidad y doña Ana nos hicieron chivo de dos formas distintas (sudado y en friche), que no triunfó en exceso pero estaba bien para variar de la arepa con huevo. Nuestra sorpresa fue que Don Joaquín nos quería hacer ir 8 en el coche, a lo que nos negamos, y finalmente fuimos nosotros 5 y dos franceses hasta Cuatro Vías, donde cogimos un bus de vuelta a Santa Marta (20.000COPS, 3 horitas más o menos).
Nada más llegar a Santa Marta, recogimos los bultos que habíamos dejado en La Brisa Loca y fuimos a comer un menú con sopa de lentejas riquísimas, en el restaurante Agave Azul, ¡cómo nos entró! Llegamos a nuestro nuevohostel, El Masaya y eso era otra Calidad: habitación con aire acondicionado, cortinas en cada cama para que no moleste la luz y tener más privacidad, baño en la habitación, un locker en cada cama, piscina en la azotea… muy pero que muy bien. Fuimos a comprar souvenirs, café, duchita y a cenar, era nuestra última noche juntos. Cenamos en el Ouzo, un griego-mediterraneo: un pulpo y una ensalada que nos sentó a gloria y unos pescaditos con verduras muy bien hechos. Cómo se agradece tener comida parecida a la nuestra y no repetir siempre arroz, frijol, patacón y arepa. Cervecita después y a dormir que mañana hay que madrugar e ir a tomar un jugo matutino, que así hicimos, de mango y naranja, buenísimo. Despedimos a los chicos y nos volvemos a quedar solitos los dos.
Ha sido una experiencia muy buena, sin complicaciones, donde los timings han sido precisos y los días los justos para hacer todo lo que queríamos hacer. Serena y yo nos hemos quedado tres días más en el hotel Masaya, descansando de lo que no era nuestro ritmo normal de las cosas, al disponer de más tiempo. Volvimos a ver a Jose, que hizo un día de relax antes de ir al Tayrona, porque el lugar merecía la pena. Serena se ha quedado unos días más en Santa Marta y Alejandro ha decidido ir unos días a Venezuela a conocer su gente, sus lugares y su realidad.